La Operación Cóndor – Introducción

A) Necesidad de contextualizar

Siguiendo así la metodología recién explicada, nos referiremos ahora específicamente a la Operación Cóndor desde el punto de vista histórico.

Sabemos que el proceso penal no tiene por fin el juzgamiento de una época histórica, pues su objeto específico es el hecho criminal y la culpabilidad del imputado. Sin embargo, resulta necesario en este juicio abordar parte de la historia porque, al decir de Gehard Werle, en algunas ocasiones los tribunales pueden verse obligados a esclarecer un conjunto de acontecimientos complejos: por ejemplo, cuando la ejecución de esos hechos crimínales son consecuencia de una masacre sistemática, organizada estatal y burocráticamente, como son los hechos objeto de este debate.

En tales casos, los hechos ilícitos deberán ser considerados dentro de ese marco de referencia y se hará necesario tomar también a los acontecimientos históricos como objeto del proceso penal.

La Operación Cóndor, como hecho histórico, debe ser examinada en un contexto. Por razones de tiempo, al explicar ese contexto conscientemente deberemos hacer un recorte, limitándonos a mencionar sus aspectos centrales. Así, sólo examinaremos el marco de Cóndor a nivel regional, más allá de la eventual incidencia del contexto mundial.

En este juicio, los acontecimientos históricos probados demuestran que Cóndor fue una creación delictiva de Estados delictivos, que emplearon y coordinaron sus estructuras para la comisión de los más graves crímenes contra la humanidad.

B) Base ideológica común

Las atrocidades que escuchamos a lo largo de todo este debate formaron parte de una tecnología de destrucción. Esa tecnología fue nutrida por las ideas y técnicas desarrolladas fuera de nuestros países, pero conscientemente tomadas y ejecutadas por nuestros Estados.

Como punto de partida debemos encontrar cuáles fueron los puntos de coincidencia que llevaron a quienes ejercieron el poder en nuestros Estados a formar esa asociación criminal. Entendemos que esas coincidencias se derivan de una base ideológica y una metodología común, sustentadas en dos fuentes que se complementan: la Doctrina de la Seguridad Nacional, de raíz norteamericana; y la denominada Escuela Francesa. Nos proponemos ahora examinarlas brevemente.

En la audiencia, el General Heriberto Auel, testigo experto ofrecido por la defensa, insinuó que la Doctrina de la Seguridad Nacional nunca existió. Según él, fue inventada por un teólogo belga, Joseph Comblin. Este teólogo, con quien se había encontrado en Uruguay en 1976, en presencia de Auel dijo que había 2falsificado una doctrina para conmover a los obispos conservadores de Latinoamérica”. Auel sugirió que leyéramos un ejemplar de la Revista Estrategia, publicada octubre de 1976 donde se refutaba esa tesis, pues:

“Ahí van a tener en claro cómo estamos navegando sobre falacias hasta el día de hoy. El propio Comblin, en presencia mía, le dijo a Methol Ferré: 'me has destrozado las reuniones preparatorias de Puebla, yo he escrito eso sabiendo que mentía, pero quería conmover a los obispos conservadores de Iberoamérica'. Luego esto se difundió en un libro, y es una verdad absoluta para una mayoría de argentinos.”

Resultan extrañas sus afirmaciones en este sentido, por dos motivos. El primero por lo que otro testigo dijo sobre Comblin y su obra. El segundo, porque Auel manifestó ser profesor de estrategia y de Defensa Nacional y lo escrito por Comblin no es más que una sistematización que proviene de la lectura de publicaciones –principalmente militares- y discursos de esa época y de su propia observación de la realidad.

En la audiencia y a preguntas concretas que le efectuamos, el Premio Nobel Pérez Esquivel destacó la labor pastoral de Comblin y los estudios que hizo sobre la Doctrina de Seguridad Nacional, señalando que, décadas atrás, había examinado profundamente las características de esa ideología. Una ideología que, como el propio testigo afirmó, había sufrido en carne propia.

Entre otras cosas, Pérez Esquivel informó sobre las tareas del Servicio de Paz y Justicia en la década del ‘70. Explicó las propias, los viajes que hizo y las detenciones que sufrió junto a otras personas. Por las razones que dio, interpretó que todos habían sido víctimas del Plan Cóndor. Indicó que antes de las detenciones, por diversas fuentes, particularmente de refugiados, sabían que había comandos que actuaban en los distintos países y que habían comenzado a operar entre los años 1974 o 1975.

Explicó, también, que, a su entender, a partir del golpe de Estado en la Argentina se intensificó esa actuación, “haciéndose más coordinada”. Se hablaba de grupos de tareas y en particular, los refugiados chilenos tenían miedo de los grupos de tareas de su propio país operando en el exterior. Los refugiados paraguayos relataban los intercambios de prisiones en los puestos de fronteras paraguayos. Mencionó que se hablaba también de coordinación entre los gobiernos, pero que no se le daba el nombre de Cóndor. Eso se supo después.

Pérez Esquivel explicó que una de las detenciones que sufrió ocurrió el 12 de agosto de 1976 en Ecuador, junto a varios obispos. Los soldados que los apresaron les dijeron que creían que eran un grupo subversivo que había entrado clandestinamente a Ecuador y que la detención la hacían por una orden superior. Explicó también que en determinado momento uno de los religiosos se mostraba asombrado no ya por la detención, sino porque el lugar en que estaban era el mismo en el que, años atrás, había dado clases. Ese religioso era Joseph Comblin. Pérez Esquivel concluyó que el Plan Cóndor se basó en la Doctrina de la Seguridad Nacional.

B.1. Joseph Comblim

A fines de 1977, la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago de Chile publicó un ensayo del padre Joseph Comblin, titulado La doctrina de la Seguridad Nacional. Según Comblim, “La doctrina de la Seguridad Nacional" es el nombre que los nuevos regímenes militares latinoamericanos dan a su ideología. Con justa razón, por lo demás, ya que la "seguridad nacional" es el eje alrededor del cual gira todo su sistema”.[1]

Sostiene que la Doctrina de Seguridad Nacional es una doctrina militar “latinoamericana” inspirada por la ciencia militar “norteamericana”; es una ciencia de la guerra que engloba a también a la política de forma indirecta; es una visión totalizante que engloba a toda la nación que gira en torno a cuatro conceptos principales: los objetivos nacionales, la seguridad nacional, el poder nacional y la estrategia total o estrategia nacional.

Para la Doctrina de Seguridad Nacional, la nación no tiene otra política que la guerra total a la que el comunismo la ha condenado. Hay un único bien que es la espina dorsal de la Seguridad Nacional: es la supervivencia de la nación. Si le incomoda, borra la Constitución. También borra la distinción entre política exterior y política interior, puesto que considera que el enemigo está tanto fuera como dentro del territorio. El enemigo es el mismo. Y borra también la distinción entre violencia preventiva y violencia represiva.

En definitiva, la Seguridad Nacional no tiene límites. La guerra debe ser articulada en todos los planos y articular todos los esfuerzos desplegados en todos los campos de batalla. Todos los esfuerzos de guerra se confunden en una misma estrategia. La estrategia es total y abarca todos los aspectos del Estado: político, militar, policial, económico, cultural, etc.

Se emparentan finalmente la Seguridad y el Desarrollo pues se sigue la doctrina de McNamara, en tanto sostiene que “la seguridad es desarrollo y sin desarrollo no hay seguridad. Un país subdesarrollado y que no se desarrolla jamás alcanzará nivel alguno de seguridad por la sencilla razón que no puede despojar a sus ciudadanos de su naturaleza humana”.

A través de innumerables citas, Comblin muestra que en las más importantes escuelas militares de la región se manejaban los mismos conceptos y postulados, pese a las diferencias que existían entre las diversas naciones.

Esta similitud la basa en la adopción de una ideología común que superó los particularismos nacionales y mantuvo en el tiempo a las estructuras de las diversas dictaduras. Comblin lo explica de la siguiente forma:

“La doctrina de la Seguridad Nacional es, sin lugar a dudas, una doctrina americana. Los latinoamericanos no han inventado nada. Aún más, han modificado muy poco la doctrina que recibieron completamente hecha de los Estados Unidos. A lo más, se podría decir que ellos la codificaron, la pusieron en fórmulas y le dieron una especie de rigidez dogmática.

Pero, la doctrina en sí, con todo lo que provoca esta rigidez dogmática, proviene de los Estados Unidos. Ella se trasmite en las escuelas militares norteamericanas a todos los ejércitos que son sus aliados.

Si las fuerzas armadas latinoamericanas están impregnadas de manera tan fuerte es porque los norteamericanos han fundado y mantienen en Washington y en la zona americana del canal de 'Panamá, escuelas especialmente reservadas a los militares latinoamericanos”.

Esta circunstancia, apreciada por Comblin en 1977, fue sobradamente probada en este juicio.

Para Comblin, la ideología de la seguridad nacional fue una doctrina totalizante, fundada en el tiempo de la guerra fría y desempeñó para los norteamericanos una doble función: interna y externa.

En su faz externa, que es lo que aquí interesa, importa una armadura ideológica de protección de intereses y de mantenimiento de su estructura y se basa en el postulado de la bipolaridad, según la cual el mundo está en tensión permanente; y dividido en dos partidos antagónicos e irreconciliables: el occidente y el comunismo. En ese esquema bipolar, las naciones no tienen más remedio que agruparse en una de las dos alianzas opuestas y alineadas con las dos potencias mundiales: una representa el bien y la otra el mal. A esto se suma que la visión del mundo fundado en la geopolítica es la de rivalidad de naciones que son voluntades de potencia y de poder. Es dentro de ese alineamiento inexorable donde las naciones pueden realizar su proyecto fundamental.

Ante esa disyuntiva, Comblin señala que algunos países utilizaron la geopolítica para dar una base racional que, frente al concepto de bipolaridad, llevara a Latinoamérica a integrarse al bloque anticomunista. Así, Brasil lo entiende como una estrategia geopolítica necesaria, para la seguridad de occidente al que moral y geográficamente pertenece. En Chile se plantea la existencia de una guerra abierta entre ese país y el comunismo. En Argentina no se busca una justificación científica, sino que la Seguridad Nacional parte del postulado de la bipolaridad y no trata de justificarla geopolíticamente: se plantea como un hecho.

Dos de los documentos incorporados al juicio lo muestran claramente. El primero, del Archivo del Terror, identificado como 00186F 1573-1580 y fechado el 12 de septiembre de 1972, es el Acuerdo Bilateral de Inteligencia entre las FFAA paraguayas y el Ejército Argentino, de carácter secreto, que tiene por finalidad:

“coordinar acciones en la lucha contra la subversión y los grupos de insurrección que desde la clandestinidad fomentan la insurrección y/o agitación ideológica tendiendo a reducir el poder militar, político, económico y/o sicológico de ambos países, visando además oponer la opinión pública y a la población contra sus gobiernos”. Documentos 1 y 2.

El segundo, que se anexa al primero, fue redactado por el Ejército Argentino, está identificado como 00186F 1575/1579, se titula “Situación Base Jurisdicción de la Br I VII”; y pretende dar una imagen de lo que ocurría en la región nordeste de nuestro país. Su primer párrafo da como un hecho la bipolaridad; dice: “En la actualidad, las naciones que integran el mundo no comunista se ven amenazados por una ideología totalitaria que busca su desintegración por medio de la subversión”.

La existencia de tensión universal permanente conduce al concepto de la guerra total, a un estado de guerra permanente impuesto por el comunismo. En la elaboración del concepto de guerra total intervienen tres conceptos de origen norteamericano: la guerra generalizada; la guerra fría y la guerra revolucionaria.

El concepto de guerra generalizada fusiona dos nociones distintas e irreconciliables: en cuanto a su fin, la noción de guerra absoluta por la supervivencia, cuyo fin es la destrucción total del adversario y en cuanto a los medios empleados, la noción de guerra atómica, que es la guerra con medios de exterminación, la guerra que destruye al adversario no porque sea su finalidad, sino porque emplea medios tales que lo destruyen.

Con acierto, Comblin señala que la guerra absoluta no es una guerra real, ya que históricamente las guerras reales no son así. Afirma que es un concepto abstracto y que una guerra absoluta es una guerra que escapa a la conducción política, apartándose así de los criterios militares clásicos, como el de Clausewitz. Pero pese a ser un concepto abstracto, sirve para lograr la movilización total. Comblin señala, recordando los nuevos elementos introducidos por las primeras guerras nacionales revolucionarias, que:

“El hecho de la nación en armas hace de la guerra un compromiso de todo el pueblo. Se le hace creer al pueblo que lo que está en juego no son ciertos intereses materiales limitados, sino su supervivencia. Subjetivamente, las guerras nacionales serán vividas como guerras por la supervivencia.

La guerra pasa a ser subjetivamente absoluta. Así lo será en el siglo XX. Aunque 'la supervivencia sea la de la "república". Como en una cruzada secularizada la supervivencia de ciertas creencias o de ciertas instituciones, es considerada como equivalente a la supervivencia del pueblo, lo que transforma la guerra en absoluta. Será la guerra hasta la capitulación total del adversario, hasta la victoria total”.

De allí parte la idea de guerra total, que es una nueva forma de guerra absoluta, la cual debe prepararse mediante la formación sistemática del pueblo, pues la guerra debe ser el acto total del pueblo entero. Así, con citas del General brasileño Golbery do Couto e Silva y del propio Augusto Pinochet, muestra como la guerra contra el comunismo pasa a ser la guerra por la supervivencia de occidente, una guerra absoluta, pues contra él sólo se puede concebir una guerra de eliminación total.

En cuanto a la guerra fría, Comblin señala que si bien la guerra atómica es una amenaza, la guerra fría es actual. Explica la estrategia estadounidense de la contención, la consideración de todos los actos de la Unión Soviética como actos de guerra y la “doctrina Truman”, por la cual los EEUU apoyarían a los estados en cualquier intento de dominación o presión exterior del comunismo. Según la Doctrina de Seguridad Nacional, se está en guerra contra el comunismo internacional.

Para la Doctrina de Seguridad Nacional, la guerra fría es una nueva forma de guerra. Como es una guerra y no una simple amenaza, deben aplicársele todas las características de una guerra y responder a esta nueva situación con una estrategia apropiada. Y como es permanente y evita la confrontación directa, se libra en todos los planos, no sólo en el militar. La DSN es la respuesta a este tipo de guerra.

La tercera noción es la de guerra revolucionaria. Comblin sostiene que el concepto los norteamericanos lo extraen de diversos tipos de fuentes, desde Mao hasta las obras de los oficiales franceses que sirvieron en Argelia, esto es, de la llamada Doctrina o Escuela Francesa. Se ve a este tipo de guerra como la nueva estrategia del comunismo internacional por la que busca conquistar el mundo. Así, en todo lugar donde haya guerra revolucionaria, es necesario descubrir la presencia del comunismo.

Por eso, no importa identificar sus reales características. Al no considerarse sus diferencias, se concluye que pueden utilizarse técnicas semejantes contra cualquier tipo de revolución, con las mismas probabilidades de éxito. Recordemos aquí que en la audiencia, el mismo Auel destacó el colosal fracaso que significaba la equivocada utilización de doctrinas foráneas a situaciones no equiparables. Lo mismo le explicó Díaz Bessone a Monique Robin en el documental incorporado al juicio, sobre la utilización de la técnica francesa en nuestro país.

De tal forma, se considera a la guerra revolucionaria como una cuestión de técnica, como una nueva técnica para hacer la guerra. Debía entonces entender bien la técnica para elaborar contra-técnicas adecuadas y así volver la guerra revolucionaria contra sus autores.

Según Comblin así lo entendieron los franceses, quienes fueron los primero en tratar una guerra de liberación nacional como una simple cuestión de técnica revolucionaria. Cita como ejemplo al Coronel francés Roger Trinquier, para quien la guerra revolucionaria es una cuestión de control de la población, control que se obtiene por el terror, pues la organización terrorista crea la convicción de que ella es capaz de castigar toda colaboración con el otro bando y consigue así que la población colabore, porque está aterrorizada.

Se interpreta entonces que se pueden obtener los mismos efectos por el contra terror. Describiendo la doctrina de la Escuela Francesa y la importancia que en este tipo de lucha se da a la inteligencia para la detección del enemigo, al que conciben sin rostro, que está en todas partes, camuflado con la población, Comblin dice:

“Por el contra terror se aísla la organización clandestina de la población. Luego se puede destruir. La estrategia deriva de estos principios. En lo que se refiere a la acción militar para destruir las guerrillas, hay una serie de tácticas que han sido perfeccionadas en Argelia. La fase más complicada es aquella que precede a la acción de eliminación de la guerrilla: la identificación del enemigo. Aquí interviene la inteligencia.

En primer lugar, procede poner fuera de combate a todos los simpatizantes posibles de la revolución. En principio, todos aquellos que, antes de la eclosión de las guerrillas, formaban parte de los partidos o de los grupos favorables a su causa, son simpatizantes posibles.

Luego se trata de detectar todos los miembros activos de la subversión. Las técnicas son las más variadas: presencia permanente, en todas partes, en los lugares de trabajo, de transporte, de diversión; arrestos rápidos, información. Sobre todo información. En esta guerra, el arma decisiva es la información. Es necesaria a cualquier precio. La tortura es la regla del juego. Los revolucionarios saben lo que les espera. Se hará lo que sea necesario”.

La inteligencia es uno de los polos de la guerra contrarrevolucionaria. El otro es la acción psicológica. Se trata de mantener a la población alejada de todo contacto con la subversión… existe lo que se llama en Estados Unidos la acción cívico-militar… técnica fundamental para conquistar la simpatía de los pueblos seducidos por la revolución. La acción cívico-militar les mostraría que el gobierno era más eficaz que la revolución para remediar sus necesidades”.

Y vuelve a destacar el papel de la inteligencia y el rol elitista que adquiere en la nueva concepción de la guerra con las siguientes palabras: “La élite de las Fuerzas Armadas se dedica a la inteligencia. La inteligencia es el arma que atrae a los mejores talentos y también a los ambiciosos, puesto que es de los servicios de inteligencia que salen los militares destinados a los más altos puestos del Estado”

Finalmente, concluye lo siguiente:

“Tal visión de la guerra conduce directamente a una política general y a la fundación de un Estado nuevo -una nueva institucionalidad, dicen los chilenos. En efecto, los conflictos sociales, las oposiciones políticas, las discusiones de ideas, el no conformismo ideológico o cultural son otras tantas manifestaciones visibles de una guerra revolucionaria omnipresente. Esta guerra revolucionaria es el rostro latinoamericano de la guerra fría: ella forma parte de la guerra permanente entre el Occidente y el marxismo-leninismo comunista internacional. Se trata de una guerra total, generalizada y absoluta: se entiende que ella absorbe toda la política”.

B.2. Testigos especializados

Estos son los puntos centrales de la DSN expuestos por Comblin. Veremos ahora qué es lo que dijeron en la audiencia otros testigos expertos y siguiendo la sugerencia de Auel, revisaremos otros escritos sobre estos mismos temas, prefiriendo siempre las publicaciones más cercanas a los hechos objeto de este juicio.

Veremos, en primer lugar, lo afirmado por Horacio Ballester, quien es un coronel retirado del Ejército Argentino, experto en asuntos militares y miembro del Centro de Militares para la Democracia (CEMIDA). Ballester describió que, durante el juicio a las juntas militares, celebrado en el año 1985, hubo oficiales superiores de las fuerzas armadas que declararon bajo juramento que no existía ningún reglamento y/o manual que definiera a la Doctrina de la Seguridad Nacional. Como vimos, esa fue básicamente la postura de Auel en este juicio.

Según Ballester, esa doctrina surgió en la denominada guerra fría y en la concepción norteamericana de considerar al resto del continente como el patio de atrás y fue el resultado de la firma de una serie de acuerdos internacionales y de la costumbre. Dijo también que todo comenzó en enero del año 1942 en la ciudad de Río de Janeiro, donde se reunieron los cancilleres y resolvieron crear una junta de especialistas a fin de estudiar la defensa del continente americano. Destacó la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (T.I.A.R.) en 1946, el cual estableció que el ataque de una nación extra-americana contra una americana debía ser considerado un ataque contra la totalidad de las naciones del continente; y la creación de la Organización de Estados Americanos, en 1948.

Mencionó que en el año 1952 Estados Unidos dictó una ley de ayuda mutua y que dio origen a los Programas de Ayuda Militar (PAM), por la cual firmó pactos bilaterales con diversas naciones latinoamericanas. Por medio de esos pactos, una de las dos naciones le prestaba armamentos a la otra y, a cambio, establecía una misión militar en la jefatura de la nación que lo recibía.

Ballester indicó que el armamento que prestaba Estados Unidos era apto únicamente para la represión interior, pues se trataba de armamento portátil, medios de comunicación y de transporte; pero no así otros elementos como artillería, tanques y todo lo que hace al desarrollo bélico. Relató luego otros antecedentes, sobre los que abundaremos luego.

Adentrándonos ya a sus precisiones geopolíticas, Ballester manifestó que todo país que se precie debe tener un proyecto nacional que vaya en búsqueda del bienestar de sus habitantes. Explicó que ese proyecto nacional, en su avance, choca con otros proyectos nacionales, generándose así las denominadas “hipótesis de conflicto”. Indicó que esas hipótesis, normalmente, se solucionan con medidas económicas. Sin perjuicio de ello, sostuvo que, cuando la hipótesis de conflicto adquiere gravedad y no puede detenerse, requiere la intervención de las fuerzas armadas. En consecuencia, la hipótesis de conflicto se transforma en “hipótesis de guerra”.

Yendo ahora sí a sus características, Ballester expresó que en la Doctrina De Seguridad Nacional “existe una sola hipótesis de guerra: Oriente contra Occidente”. El enemigo, acorde a sus postulados, es el Movimiento Comunista Internacional.

Para esta doctrina, este enemigo se encuentra alojado en el interior del propio país, con el fin de perturbar el orden en busca de la caída del gobierno y, así, pasar a la órbita soviética. Del mismo modo, el enemigo interior es todo aquel que tenga ideas sociales, que plantee la redistribución de la riqueza; todo lo que se desarrolle en contra de los intereses del capital transnacional –compañías estadounidenses- y el neoliberalismo.

Para Ballester, esa redefinición de enemigo interno y externo guardó vinculación con la reunión de ejércitos americanos porque: “Los comandantes en jefe habían resuelto, como consecuencia de la Doctrina de Seguridad Nacional, que el enemigo estaba en el interior del propio país, compuesto por la infiltración comunista y el desorden social resultante; para luchar contra eso debían estar capacitadas nuestras fuerzas armadas”.

Agregó que, conforme esa doctrina, las fuerzas armadas debían mantener el orden en el interior de su respectivo país, combatiendo la infiltración comunista y el desorden social resultante, como así también debían facilitar la navegación de Occidente frente a las costas de los respectivos países.

Ballester explicó que cuando cursó la Escuela Superior de Guerra, las hipótesis de enemigo eran la República Federativa del Brasil y la República de Chile. Y que fue así hasta la llegada de la doctrina francesa, momento en el cual desapareció el enemigo exterior y surgió el enemigo interior. En esas circunstancias, se aplicó la doctrina de la seguridad nacional. Desde ese momento, los ejercicios de entrenamiento siempre tenían como teatro de operaciones una parte de un territorio de una población “que había sido tomado por la subversión”, territorio que había que recuperar. Ballester sostuvo que si bien las fuerzas armadas estaban preparadas para hipótesis de conflicto con enemigos exteriores, la adopción de la Doctrina de Seguridad Nacional significó que las fuerzas armadas dejaron totalmente de lado el problema del exterior y pasaron a combatir al enemigo interior.

Indicó así que, en la Argentina, para aplicar la Doctrina de Seguridad Nacional y posibilitar el combate contra ese enemigo, cada cuerpo del Ejército Argentino estableció una zona de defensa “para el control de la población”. Por ello, se establecieron primero cuatro y luego cinco zonas de defensa, las cuales se dividieron en sub-zonas, y éstas últimas, en áreas y sub-áreas. Todo eso, reiteró, para el control interno de la población.

Otro de los testigos, el coronel del Ejército en situación de retiro José Luis García, se pronunció en términos similares a los de Ballester.

García posee una amplia experiencia y conocimiento de asuntos militares dado que, además de su carrera militar, fue profesor en la Escuela de Defensa Nacional y en la Escuela Superior de Guerra, y en su carácter de miembro del Centro de Militares para la Democracia (CEMIDA) declaró como experto en la Causa 13 y, desde entonces, en muchas otras causas por hechos ocurridos durante la última dictadura militar.

También, sobre estos tópicos, declaró Heriberto Auel quien, aunque negó la existencia de la Doctrina de Seguridad Nacional, e hizo apreciaciones que en un todo se identifican con sus mismos postulados. Auel hizo referencia a la denominada tesis Truman y a la Guerra Fría, a la que definió como una situación de disuasión mutua, de “mutua destrucción asegurada”. Sostuvo que la Guerra Fría tuvo un carácter disuasivo para los países nuclearizados, que aseguró cuarenta y tres años de paz en Europa y explicó que EEUU aplicó la doctrina de la contención, por ejemplo en el sudeste asiático, para cercar “al oso soviético”. Así se dio una disputa bipolar.

Finalmente, como vimos Adolfo Pérez Esquivel también aludió en este debate a la Doctrina de Seguridad Nacional, al punto de asegurar que el Plan Cóndor se basó en esa doctrina.

Lo expuesto fue una síntesis de las manifestaciones de algunos expertos que se pronunciaron sobre este punto.

Todos, de manera uniforme, fundadamente contradijeron la opinión de Auel y verificaron la existencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Incluso y como vimos, sus propias referencias se identifican con puntos centrales de la DSN y de la Doctrina Francesa, como ser la guerra fría, la bipolaridad, el concepto de enemigo interno y el cambio de las hipótesis tradicionales de guerra por la de la guerra revolucionaria.

Señores jueces: La DSN pretende extraer una fundamentación científica de la geopolítica. Esta intenta ser una especie de ciencia del proyecto nacional y servir de fundamento racional de los proyectos políticos. Pretende estudiar la relación entre la geografía y los Estados, su historia, su destino, sus rivalidades, sus luchas.

Corresponde ahora que, muy brevemente, cotejemos algunas opiniones doctrinarias geopolíticas de la época de los hechos, expuestas en diferentes textos de estudio y de difusión en escuelas militares de la región. Veremos que la misma doctrina les sirve de fundamento, y que es invocada explícita o implícitamente.

Comenzaremos con la lectura del siguiente texto:

"No puedo, sin embargo, dejar de salir al paso de aquellos que, distorsionando el verdadero concepto de seguridad nacional, lo combaten como una idea de cuño totalitario.

A los que así proceden, yo les pregunto: ¿Cómo va a procurar el bien común un Estado cuya inseguridad llegara a colocarlo al borde de· la disolución o· del caos? ¿No es acaso un supuesto indispensable de todo ser que busca su perfección y desarrollo al asegurar primeramente su propia subsistencia?

La Seguridad Nacional así entendida emerge como un concepto destinado no sólo a proteger la integridad territorial del Estado, sino muy especialmente a defender los valores esenciales que conforman el alma o tradición nacional, ya que sin ellos la identidad nacional misma se destruiría.

Y desde ese firme pedestal, la Seguridad Nacional se proyecta dinámicamente al campo del desarrollo, enfocado asimismo no sólo en el terreno material, sino en armonía y al servicio del progreso espiritual del hombre

[…]

Como otros países del mundo, y especialmente de América latina, Chile ha sufrido el embate del marxismo-leninismo, y ha decidido enfrentarlo y combatirlo hasta su total derrota. Pero ante ello, cabe hoy detenerse un instante a reflexionar sobre un problema capital: ¿en qué consiste exactamente este enemigo en el mundo de hoy?

El marxismo no es una doctrina simplemente equivocada, como ha habido tantas en la historia. No. El marxismo es una doctrina intrínsecamente perversa, lo que significa que todo lo que de ella brota, por sano que se presente en apariencias, está carcomido por el veneno que corroe su raíz. Eso es lo que quiere decir que su error sea intrínseco y, por eso mismo, global, en términos que no cabe con él ningún diálogo o transacción posible.

No obstante, la realidad contemporánea indica que el marxismo no es únicamente una doctrina intrínsecamente perversa. Es, además, una agresión permanente, hoy al servicio del imperialismo soviético

[…]

Esta moderna forma de agresión permanente da lugar a una guerra no convencional, en que la invasión territorial es reemplazada por el intento de controlar los Estados desde adentro.

Para ello, el comunismo utiliza dos tácticas simultáneas.

Por una parte, infiltra los núcleos vitales de las sociedades libres, tales como los centros universitarios e intelectuales, los medios de comunicación social, los sindicatos laborales, los organismos internacionales,…incluso… los propios sectores eclesiásticos.

Por otro lado, promueve el desorden en todas sus formas. Desorden material, con agitaciones callejeras. Desorden económico, con presiones demagógicas e inflacionarias.

Desorden social, con huelgas permanentes. Desorden moral, con el fomento de las drogas, la pornografía y la disolución de la familia. Desorden en los espíritus, con el odio sistemático de clases. Y como síntesis aberrante de todos ellos, surge y se extiende el terrorismo

[…]

El objetivo último de este desorden general, es el debilitamiento de las sociedades que la secta roja no controla, a fin de poder dejar caer sus garras sobre ellas en el momento oportuno, para convertirlas en nuevos satélites del imperialismo soviético, donde un implacable régimen totalitario no tolera ni el más leve atisbo de las manifestaciones que, en cambio, él mismo estimula en las sociedades libres.

Ante la evidencia de esta agresión permanente, estamos abocados al imperativo de dar una respuesta enérgica y realista, para resolver con éxito el verdadero dilema de nuestro tiempo: o totalitarismo o libertad.”

Lo leído corresponde a un extracto del discurso dirigido por Augusto Pinochet a su país el 11 de septiembre de 1976, colocado como epígrafe en la revista denominada Seguridad Nacional, período septiembre-octubre de 1976, publicada por la Academia Superior de Seguridad Nacional de Santiago, Chile, en la que se exponen diversos artículos sobre geopolítica. Pinochet fue profesor de geopolítica.

En uno de esos artículos de esa misma publicación, titulado “Teoría de la Seguridad Nacional, el entonces coronel chileno Alejandro Medina Lois expuso los orígenes y postulados de esa teoría y su implementación en Chile a partir del golpe de 1973, con el propósito de:

“clarificar conceptos y definir con precisión los reales alcances que tiene la Teoría de la Seguridad Nacional en el caso chileno, como una forma de lograr el necesario consenso para materializar en forma creciente la cohesión y unidad nacional. El alcance de este trabajo…pretende modestamente dar a conocer una síntesis de lo que ha constituido la enseñanza de la Teoría de la Seguridad Nacional en la Academia de Guerra del Ejército, en un esfuerzo acumulativo de muchos años por profesores y alumnos para crear conciencia de la necesidad de su aplicación, y que hoy en día con esta base formativa, en un positivo trabajo de reflexión y estudio cívico-militar, están dando forma a la aplicación de esta Teoría al servicio del Objetivo Nacional del Gobierno de Chile”.

En sintonía con lo que mencionaron los testigos en el debate, el autor sostuvo que la evolución histórica fue determinando cambios en la concepción de la guerra; y que:

“Esta nueva concepción pasó a ser estudiada ya en 1961 en la Academia de Guerra del Ejército; y en años posteriores se fue complementando e interpretando su aplicación, como consecuencia de los cambios acaecidos en las relaciones internacionales con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, en que las nuevas modalidades de los conflictos daban adicionales amenazas a la seguridad de las naciones.

Así, sin llegarse a un enfrentamiento bélico abierto entre las superpotencias, se entraba a la denominada guerra fría, con una nueva connotación política, económica y psicológica, propia de una estrategia indirecta, y la insidiosa infiltración interna del marxismo-leninismo soviético, que buscaba explotar las injusticias sociales y debilidades de una organización democrática, indefensa contra este tipo de acciones”.

El autor explicó también que la doctrina tradicional, destinada a prevenir amenazas externas, debió revisarse y ampliarse para:

“Incluir lo referido a la Seguridad Interior, por la nueva modalidad de agresión que surgía en diversos países con la denominada Subversión, Guerra de Guerrillas o Guerra Irregular, que pasó a ser utilizada masivamente en los países que buscaban su independencia de las potencias coloniales, o en aquellos en que se buscaba un cambio de gobierno. Ejemplos de ello lo encontramos en Argel, Vietnam y numerosos países latinoamericanos, africanos y asiáticos.”

Mención hizo también a la interacción entre la Seguridad y el Desarrollo Nacional, a fin de que el subdesarrollo económico y la injusticia social no crearan condiciones de inestabilidad que pudiera ser explotada por activistas. En definitiva, la finalidad de la Teoría de la Seguridad Nacional era garantizar la supervivencia de un Estado dentro de la Comunidad Internacional.

En otro artículo de la misma publicación, titulado “Algunas reflexiones sobre las homologías geopolíticas”, el coronel chileno Julio Van Chrismar Esculli explicó que el fenómeno político geográfico denominado "homologías geopolíticas" era un conjunto de tendencias históricamente comprobadas que tienen gran influencia sobre la política internacional e interna de los Estados, especialmente en sus relaciones reciprocas y en su organización política administrativa. Y sostuvo lo siguiente, de singular importancia para determinar la existencia de similitudes entre diversos Estados en oposición, extremo que indicamos debíamos examinar: “Otra causa importante de las homologías geopolíticas es la coincidencia y armonía entre las necesidades y las posibilidades de cada uno de los Estados en oposición. Las necesidades pueden ser de carácter estratégico, cuando se refieren a la mayor seguridad nacional o militar”

Finalmente en el número inaugural de la mencionada revista Seguridad Nacional, de agosto de 1976, en el artículo llamado “El Estado y la Seguridad Nacional”, el entonces coronel chileno Bacigalupo mencionó el concepto de guerra total de la forma siguiente: “Para muchos resulta difícil admitir que el mundo está viviendo una situación de guerra permanente”

De acuerdo a lo expuesto, la Doctrina de la Seguridad Nacional era estudiada en la Escuela de Guerra chilena al menos desde 1961 y se aplicó en Chile a partir del golpe de 1973. Y la verificación de una necesidad común de seguridad, influía recíprocamente en las políticas externas e internas de los Estados.

Lo mismo ocurría en Venezuela. En La Nación y su Seguridad, de 1974, el coronel Alfonso Littuma Arizaga, luego de citar la definición de Seguridad Nacional dada por la Escuela Superior de Guerra del Brasil y de resaltar el papel histórico de las Fuerzas Armadas latinoamericanas limitado a las agresiones externas y la concepción tradicional de la Defensa Nacional, sostiene que:

“Esta concepción es cuestionada por la Doctrina de la Seguridad Nacional, la cual se basa en el concepto de la Guerra Total, es decir: aquel conflicto en que los recursos políticos, militares, económicos y psicológicos están plenamente comprometidos y donde la supervivencia de uno de los beligerantes está en peligro. Esto lleva a conceptualizar la Defensa Nacional como un medio o uno de los medios para alcanzar la Seguridad Nacional, siendo esta última un concepto más amplio, pues abarca además de la primera, los aspectos psico-sociales, la problemática del desarrollo y la estabilidad interna.

Sea cual fueran las fuentes de este pensamiento,[...] lo importante es la existencia de una concepción totalizante de la problemática nacional, donde lo militar deja de ser un departamento estanco, mostrándose teóricamente por lo menos, interrelacionado con los aspectos económicos, sociales, tecnológicos y políticos. Una visión de este tipo, haciendo la abstracción de las intenciones subyacentes, a nivel de las Fuerzas Armadas, implica un avance en su concepción de la sociedad.

[…]

La doctrina, independientemente de sus consecuencias prácticas, utiliza una forma determinada de concebir la realidad…entiende que un problema determinado, en este caso la seguridad nacional, tiene que tener estrecha relación con los aspectos económicos, políticos, psico-sociales, etc., que actúan sobre ella.

[…]

En síntesis, uno de los aportes de la Doctrina, es la concepción totalizante de la sociedad, y en consecuencia, de la defensa de ella,…lo cual implica que la defensa de una nación no depende exclusivamente del presupuesto militar, de la cantidad de tropa y armas, sino de su potencial económico, de sus valores e ideología y de la solidez de sus estructuras políticas y sociales.”

Similares referencias a conceptos como la bipolaridad, la Seguridad Nacional, el Desarrollo Nacional y la nueva conceptualización de la nueva guerra y el nuevo enemigo puede encontrarse en publicaciones brasileras, uruguayas y argentinas. Por ejemplo, y entre las argentinas, la titulada Guerra Revolucionaria Comunista, del entonces coronel Osiris Villegas, publicada en 1962 por el Círculo Militar[2], donde explica los orígenes y las razones de la guerra revolucionaria, que define como la guerra

 “cuyo fundamento político-social-económico proviene de la acción sobre las masas populares, de elementos activos, sostenidos y apoyados de varias maneras por el comunismo internacional [que tiene por finalidad] destruir el régimen político y la autoridad establecida y reemplazarlo por otro régimen político y otra autoridad, de tinte comunista. Esta acción es total, progresiva, pública y clandestina, violenta y no violenta y se apoya en una propaganda continua y metódica, dirigida a catequizar a las masas populares.”

Afirma Osiris Villegas que la guerra revolucionaria “extrae una ventaja decisiva del secreto de su organización, de su flexibilidad y de su facultad de proceder por sorpresa” y concluye que “la aspiración de dominación mundial del comunismo internacional encuentra, en esta nueva forma de la guerra, el medio más económico para subyugar poblaciones y conquistar territorios, sin riesgo exagerado”, y que de acuerdo a la situación estratégica mundial solamente existían dos mundo: el de la cultura cristiana occidental que respetaba los derechos humanos en un ámbito de libertad y justicia; y el de la dictadura del proletariado, que había esclavizado al hombre a su exclusivo servicio.

Hace referencia, por último, a la nueva concepción de la guerra, afirmando que el proceso que describe precisaba una nueva forma de guerra que llevaba a dos soluciones: el triunfo del marxismo o su destrucción.

Idénticos conceptos vuelca el general Díaz Bessone en su libro Guerra Revolucionaria en la Argentina, publicado originalmente en 1987 también por el Círculo Militar.[3]

Si bien esta publicación es posterior, permite dar una idea de la ideología que sustentó la comisión de los crímenes que ahora examinamos, pues en ella Díaz Bessone pretende justificar lo actuado contra diversas organizaciones, como respuesta a la que denomina guerra revolucionaria, guerra para la cual, “desde fines de la década de años 50 el Ejército Argentino se venía preparandosobre la base de “un cuerpo doctrinario constituido por numerosos reglamentos militares […] Las fuerzas iban a operar según lo que durante años habían ejercitado. Uno de los reglamentos, el RC-8-2 daba las características de la Guerra Revolucionaria. Fue editado en 1969”.

La idea de guerra total que caracteriza a la DSN, Díaz Bessone la sintetiza de la siguiente forma: “La guerra revolucionaria que azotó a la Argentina […] formó y forma parte de la revolución mundial, instrumento del marxismo-leninismo para extender su control sobre el Tercer Mundo, que es parte de la estrategia para implantarse en todo el universo”.

En lo que aquí interesa, se explaya sobre el concepto de enemigo interno, al que había que descubrir pues se encontraba mimetizado con el hombre común. Analiza también los programas, objetivos y antecedentes de esa guerra revolucionaria marxista que, “se propone destruir la civilización occidental”, y justifica el empleo de cualquier medio para impedirlo. Realiza apreciaciones geopolíticas sobre la ubicación geográfica Argentina en el mundo y destaca el concepto de bipolaridad de la siguiente manera: “En la revolución mundial que lleva a cabo el comunismo, no hay lugar para terceras posiciones, no alineados, o neutrales”.

Auel recomendó la lectura de la edición de octubre de 1976 de la Revista Estrategia, dirigida por el General Guglialmelli, donde según él se refuta la tesis de Comblin. No pudimos consultar ese ejemplar, pero sí el n° 4 de diciembre de 1969, donde en el artículo denominado "La Seguridad Nacional: Un Concepto de Palpitante Actualidad", aparece un texto que se usaba en los cursos de la Escuela Nacional de Guerra, proporcionado por el General Joaquín A. Aguilar Pinedo, por entonces su director. Allí, se concebía la seguridad:

"No como un medio para mantener incólume la soberanía territorial detrás de fronteras rígidamente amojonadas, sino como una situación…en la cual los intereses vitales de la Nación se hallan a cubierto de interferencias y perturbaciones —internas o externas, violentas o no violentas, abiertas o subrepticias— que pueden neutralizar o postrar el desarrollo, y por ende la existencia misma de la Nación o su soberanía...

El moderno concepto de seguridad es por lo tanto mucho más amplio que el de Defensa Nacional…mientras la Defensa Nacional comprende las medidas, la seguridad es la situación resultante de la aplicación de todas las medidas que tienden a preservar y asegurar el acervo espiritual y los bienes materiales de la Nación…

Esa dosis de seguridad debe ser la situación resultante de la aplicación de muy acertadas medidas…[que] nieguen las pautas explotadas por el enemigo y que a la postre arrojen como saldo, un adecuado grado de confianza y de tranquilidad en lo social, en lo económico, en lo educacional, o en todas juntas. Es decir, una situación de seguridad que interesa a toda la Nación y que permite continuar su ininterrumpido desarrollo...

Tal es el moderno concepto de seguridad que reclama por sobre todo su cabal comprensión y una armonización en el desarrollo que es su factor fundamental al que sirve y del cual se sirve. Por ello, la Seguridad Nacional, en su sentido más profundo, no es un concepto puramente militar, tiene un alcance mucho más amplio aún; es parte de la Política Nacional, puesto que se vincula con todos los aspectos de la vida de nuestra sociedad y por ende, de los intereses vitales de la Nación Argentina”.

En 1972 Peter Snow, catedrático de la Universidad de Iowa, en su artículo “Desarrollo Económico y Seguridad Nacional en el Régimen Militar Argentino”, comenta este texto y vaticina que:

“El solo hecho de que esto se enseñe en la Escuela Nacional de Guerra es, probablemente, suficiente evidencia para predecir que el concepto desarrollo-seguridad dominará aún por algún tiempo el pensamiento militar, y como resultado de ello, que los militares continuarán exigiendo un mayor papel en el desarrollo económico de la nación”.

Pero no sólo se enseñaba en la Escuela Superior de Guerra. De uno de los informes elaborados por el Ministerio de Defensa incorporados al juicio, se destaca que en la “Orientación para el año 1977 del Colegio Militar de la Nación”, Documento 3, institución que en su momento fuera dirigida por el imputado Reynaldo Bignone, entre otras cosas, define la ‘naturaleza’ de la lucha contra la subversión mediante dos reflexiones: la primera sostiene que “el objetivo es el mismo que el de la guerra clásica para la que fuimos educados: aniquilar al adversario que pretende someter nuestra Nación”; y la segunda, que “la técnica a emplear es producto del campo de acción elegido por el oponente que no da la cara y se infiltra insidiosa y cobardemente. Eso nos obliga a identificarlo para aniquilarlo”.

Esa orientación, dirigida a cadetes, profundiza en esta idea agregando que:

“sea cual sea el nombre de la organización a la que pertenezcan, su formación es marxista y sus fines son el marxismo, el sometimiento de la nación, la toma del poder y el cambio de valores que sustentan nuestro ser nacional. Por lo tanto la acción de combate no tiene ninguna diferencia para ninguna de esas organizaciones y en todos los casos el objetivo es el aniquilamiento”.

Estas citas son suficientes para indicar que la DSN y sus axiomas eran objeto de estudio en las escuelas militares de la región y que las fuerzas armadas y de seguridad de cada país se ejercitaban para operar de acuerdo a sus postulados.

La adopción de la DSN llevó a una visión totalizante de las sociedades latinoamericanas, en función de la estrategia global producto de la Guerra Fría. Pero no fue la única influencia de sus regímenes dictatoriales. La otra base fue la denominada Doctrina o Escuela Francesa, que también influyó en la doctrina norteamericana. Ambas estuvieron íntimamente vinculadas. Tanto es así, que Comblin las enlaza ya en 1977. Dice:

“En lo que respecta a Europa, lo que llama inmediatamente la atención son los lazos múltiples entre la doctrina de la Seguridad Nacional latinoamericana y el pensamiento militar francés que se podría caracterizar como "la herencia de la guerra de Argelia". Algunas declaraciones de generales franceses evocan irresistiblemente la· imagen de lo "ya conocido". No cabe duda que el pensamiento militar de la herencia de Argelia ha influido de manera considerable en la doctrina latinoamericana. La ha influenciado en forma directa e indirecta.

En forma indirecta por intermedio de la doctrina militar americana de la guerra revolucionaria, doctrina que las escuelas militares americanas han trasmitido a los ejércitos latinoamericanos. También en forma directa, pues las numerosas traducciones de obras francesas de los generales Beaufré y Bonnet, de los coroneles Trinquier y Chateau-Jobert y otros, muestran claramente la fascinación que los oficiales de Argelia y su doctrina de la guerra contrarrevolucionaria ejercen en ciertos sectores militares latinoamericanos”.

Esta influencia fue destacada en los testimonios de Ballester, García y Auel, recién citados, quienes señalaron las nociones de guerra revolucionaria y de enemigo interno sin rostro; el superlativo valor que adquiere la función militar de inteligencia en ese tipo de guerra y el empleo de ciertas técnicas, como la tortura y el control de la población.

De la Doctrina Contrarrevolucionaria francesa surgió el método de división del territorio en zonas, subzonas y áreas, la tortura como mecanismo de obtención de información y de retroalimentación del sistema, el asesinato clandestino para que no quedaran rastros de los delitos cometidos y la idea de la re-educación de prisioneros para utilizarlos en beneficio de ese mismo proyecto.

De todos estos métodos, además del de control poblacional al que ya suficientemente nos referimos y que tendrá particular incidencia para examinar el rol que les cupo a buena parte de los imputados en este juicio, se destacan particularmente el de la tortura y el de la desaparición de cadáveres. Está claro que no fueron los militares franceses quienes inventaron la tortura, pero la batalla de Argel marcó un hito en su utilización ya que, como explica la investigadora francesa Marie Monique Robin, por primera vez se la “acepta como un método de guerra, recomendado por los jefes militares y aprobado por los responsables políticos”, al punto de convertirse en el arma absoluta de la guerra antisubversiva, al final de un proceso de legitimación tanto teórico como práctico.

Desde el punto de vista teórico, se plantea que el terrorista actúa sin correr el riesgo de ser atrapado o asesinado con los que corre un delincuente común al cometer un delito o un soldado en la guerra. Por lo tanto no merece la protección como ciudadano, pero tampoco como soldado. Así, se considera que es la propia naturaleza del terrorismo la que engendra la necesidad de erigir a la tortura en el arma absoluta de la guerra antisubversiva. Desde el punto de vista práctico aparece la importancia fundamental de la obtención de información como mecanismo de lucha.

Como explica Robin, la base del éxito reposa en la eficacia de la búsqueda de información, que es la que permitirá dar con el enemigo y destruir los medios de los que se vale. La única forma de obtener esta información de las personas era por la fuerza. No existió alguna forma de persuasión, como pretenden hacernos creer algunos de los imputados. Las tareas de inteligencia consistían, precisamente en interrogar a los secuestrados para obtener información sobre otros compañeros y así perpetrar el plan represivo.

En este contexto, la tortura como método eficaz para la obtención de información, aparece como el único medio para salvar las vidas de los civiles inocentes. Es el mal menor. En uno de los documentos desclasificados de los militares franceses citados en el libro de Robin, se explica:

“El problema del interrogatorio en la guerra subversiva es entonces el siguiente: ¿Cómo, en un tiempo relativamente corto, hacer caer la resistencia moral de un individuo para recibir el máximo de información sobre sus actividades condenables, sobre los individuos que forman parte de la organización clandestina y sobre el funcionamiento de ella?”.

Así, la tortura se convierte en un acto de guerra más, se perfeccionan e incluso se reglamentan sus métodos, y comienza a enseñarse en cursos y son difundidas por los propios franceses en revistas militares argentinas hasta que a partir de 1957 se instalan con una delegación permanente en nuestro Ministerio de Defensa. Como ejemplo, militares franceses que formaron parte de las comisiones llegadas al país, organizaron la operación Hierro que consistió en un ciclo de conferencias sobre la guerra subversiva en todas las unidades e institutos militares de la Argentina.

En este punto, Robin señaló que a partir de 1957 se instalan en la Argentina dos asesores militares franceses especialistas en la guerra revolucionaria, Patrice de Naurois y François-Patrice Badie; y que en 1960 ambas naciones firman un acuerdo secreto para la creación de una “misión permanente de asesores militares franceses en el país. Sobre esto abundó Ballester, quien explicó que la República Argentina hizo una gran contribución a la Doctrina de Seguridad Nacional, por cuanto oficiales enviados a estudiar a la Escuela Superior de Guerra francesa trajeron como gran novedad la doctrina francesa de contrainsurgencia, cuya función principal consiste en el control intensivo de la población y lo que puedan estar haciendo.

Ballester indicó que, en el año 1959, se desarrolló la “Operación Hierro”, que fue la concientización de las Fuerzas Armadas con respecto al comunismo internacional y que en los años 1960/1961 surgieron los cambios doctrinarios y orgánicos para que el sistema francés de contrainsurgencia se ejecutase en el país, lo cual se denominó “Operación Hierro Forjado”. Sostuvo, así, que hubo dos doctrinas aplicadas en la Argentina. Por un lado la francesa; y por otro, la de Estados Unidos. Para Ballester, ésta última fue la más influyente, por cuanto sólo las líneas más altas se formaban en la doctrina francesa.

Señaló que la instrucción de los ejecutores de la primera línea, de los que estaban más abajo, se hacía en la denomina Escuela de las Américas, que en ese momento estaba ubicada en la zona del Canal de Panamá, aclarando que hubo una época donde iban a cursar estudios allí todos los subtenientes del ejército durante quince días, luego de recibirse. Entre otros, fueron allí destacados Leopoldo Galtieri y Hugo Banzer Suárez, el ex presidente de Bolivia. Explicó que allí capacitaban a los interrogadores a indagar y a torturar, a fin de quebrar la voluntad del detenido, métodos que utilizaron la mayoría de los ejércitos latinoamericanos. Los reglamentos que se enseñaban contenían una descripción de cómo quebrar la voluntad del adversario por esos medios. También explicó que en el año 1972, los Estados Unidos de América emitió una disposición diciendo que todos los reglamentos que se utilizaron en esa escuela ya no formaban parte de la doctrina del ejército.

A preguntas sobre si en la Argentina existían reglamentos que previeran la lucha contra la subversión, mencionó que salieron algunos ejemplares sobre ello en la década del setenta, con carácter reservado. Explicó que esos reglamentos no detallaban qué era un centro clandestino de detención ni cómo torturar.

Refirió Ballester que esa doctrina se fue completando con los ejercicios conjuntos, organizados por tropas de los Estados Unidos y de otros países, con el fin de atacar al enemigo interior. En esos ejercicios las fuerzas armadas nunca eran utilizadas en su función específica, como elementos de disuasión para un enemigo exterior.

Relató, además, que en el año 1960, el Comandante del Ejército Sur de Estados Unidos de América –con sede en Fuerte Amador, en la zona del canal de Panamá-, invitó a todos los Comandantes en Jefe de los ejércitos americanos a una reunión de camaradería, a fin de que conocieran los programas de ayuda militar, donde se analizaría el uso en común de las fuerzas armadas.

Ballester hizo mención de las diversas reuniones que los países fueron realizando por cuestiones de seguridad, al punto que, en una de esas reuniones, se produjo una derivación inesperada, por la cual el General Pinochet propuso la denominada “Operación Cóndor”.

Para Robin, por su parte, la Doctrina Francesa tuvo una influencia preeminente en la Argentina. En la entrevista que para su libro Robin le hizo a Martín Balza, le preguntó su opinión acerca de la influencia estadounidense, y Balza explicó que la mayor influencia en la Argentina fue la proveniente de la Escuela Francesa, ya que la “Doctrina de la Seguridad Nacional” se había hecho efectiva hacia finales de la década del 60, por lo que jugó más un papel de consolidación de la enseñanza que ya habían dejado los franceses.

Más allá de cuál doctrina fue la que más influyó, lo cierto es que las dictaduras del Cono Sur tomaron conceptos de ambas: la norteamericana apuntaba más a una concepción global y la francesa apuntaba más al hecho militar y a las técnicas que debían emplearse.

Todas las dictaduras adoptaron ambas doctrinas y las adaptaron a sus realidades. Son elocuentes las palabras del General Viola en la Introducción del “Reglamento RC-9-1: Operaciones contra elementos subversivos (Reservado)”, del 17 de diciembre de 1976, en cuanto afirmaba que ese nuevo reglamento buscaba: “condensar doctrina adaptándola a nuestro ambiente nacional, en particular, la referida a procedimientos de Ejércitos que han actuado en operaciones contra elementos subversivos, los que en la mayor parte de los casos cumplían una etapa de la llamada Guerra Revolucionaria”.

Justamente, la aplicación generalizada de la tortura como principal arma de guerra se llevó a cabo siguiendo órdenes y reglamentaciones escritas que refieren a ella, por supuesto, sin nombrarla. El “interrogatorio” deviene de hecho en el eufemismo más común para hablar de tortura, pero también se usan palabras como “persuasión”, “interrogatorios estrictos” o “reforzados”, “bajo coacción”, "actividades de inteligencia", etc. etc.

En lo que hace a la Argentina, todas estas concepciones fueron tomadas por nuestros militares en distintos cuerpos normativos. Así, el Comandante en Jefe del Ejército, Tte. Gral. Alejandro Agustín Lanusse, dictó el 20 de septiembre de 1968 el reglamento nominado “RC-8-2” “Operaciones contra Fuerzas Irregulares” Documento 4. El tomo III (Reservado), dedica el capítulo VI al rol de las FF.AA. en la Guerra Contrarrevolucionaria. En el punto 6 punto 001 2) se consigna que “las fuerzas armadas podrán aportar una eficaz contribución a la lucha: en primer lugar, por las informaciones que puedan obtener por intermedio de sus elementos de inteligencia”.

El 8 de noviembre de 1968, la misma autoridad militar dictó el Reglamento sobre “Operaciones Sicológicas” (OS), bajo la signatura RC-5-2. Su capítulo VI se denomina “Inteligencia”. En el artículo 6. 004 (Fuentes de Información) dentro de las “Fuentes Técnicas” se consigna en el sub-punto a) a los “Prisioneros de guerra”, al decir que el personal de Operaciones Sicológicas coadyuvará en el interrogatorio de los prisioneros “de guerra, proporcionando a los elementos de inteligencia una lista de preguntas que deberá contener la información esencial para OS y que cuando sea autorizado el personal de OS podrá participar también en los interrogatorios”. Documento 5.        

El mismo grupo liderado por Robert Bentresque redactó también un documento titulado “Punto de vista. Conducción de la guerra revolucionaria”, que será la base de los futuros reglamentos militares antisubversivos.

Por ejemplo, el documento titulado “Instrucciones para la lucha contra la subversión” es un manual teórico y práctico de la guerra contrarrevolucionaria que fue emitido en 1962. Su primera parte está consagrada a una representación teórica de la guerra revolucionaria caracterizada como “permanente, integral, universal y multiforme”. En la segunda parte se enumeran los medios para “luchar contra las organizaciones clandestinas”. Y acá se hallan las enseñanzas de los franceses, que transmitieron hasta los eufemismos de rigor: (el capítulo titulado) ‘El trato a los prisioneros’ comienza con: ‘Interrogatorio: es necesario proceder a su identificación utilizando todos los medios disponibles”. Y se recomienda que estas medidas consideradas “severas” sean acompañadas de una intensa campaña de operaciones psicológicas para convencer a la población de que esos métodos se utilizan para su propio bienestar. Aquí se ve también la influencia de la doctrina norteamericana.

Como veremos luego, el “Plan del Ejército contribuyente al Plan de Seguridad Nacional”, que contiene la pormenorización de los pasos a seguir para el golpe del 24 de marzo de 1976, entre otras cosas incluyó la caracterización y el concepto de enemigo; y el encubrimiento que debía hacerse de todas las acciones bajo la excusa de la LCS.

Esta necesidad de realizar operaciones psicológicas como parte de las operaciones de inteligencia se da porque la acción psicológica es otro de los pilares de la doctrina francesa. Robin relata la creación en Argelia, junto a las cuatro oficinas tradicionales del Estado, de las llamadas “quintas secciones”, con el objetivo de poner en práctica las técnicas de la “acción psicológica”. De este modo, esta herramienta de guerra es elevada a los mismos niveles de importancia que tienen la inteligencia militar y el apoyo logístico. En el marco de la guerra de Argelia, la acción psicológica comprenderá por un lado el despliegue de una gran cantidad de diversos elementos de prensa en apoyo a la causa; y por el otro, la generación de campos de “reeducación”.

Pero la tortura y la acción psicológica no fueron las únicas técnicas específicas aportadas por la doctrina francesa. De la entrevista con el comandante Paul Aussaresses, a cargo de un “escuadrón de la muerte”, surge la información de que gran parte de su rol en Argel fue encargarse de la desaparición de prisioneros. El comandante explica que “no era posible emprender una acción judicial para toda la gente que uno encerraba”. Los cadáveres eran desaparecidos en las trincheras de la defensa aérea o los tiraban lejos de Argel. Robin explica que los militares franceses inauguraron un método considerado, al igual que la tortura, como un arma de la guerra contrarrevolucionaria. Afirma que “más allá del ‘aspecto práctico’ que consiste en liberarse de los cadáveres embarazosos, la técnica de la ‘desaparición forzada’ prevé, y puede, sobre todo, aterrorizar a la población, y así dominarla”.

Lo que la utilización de la desaparición revela es la racionalización de la represión, la violencia simbólica, la acción psicológica en términos militares. La desaparición de personas no es una “falla del sistema” o, simplemente, un método para deshacerse del problema. Es una técnica deliberadamente puesta en práctica como forma de hacer la guerra y que tiene también, naturalmente, consecuencias prácticas.

En el documental de Robin incorporado al debate, aparece Ramón Díaz Bessone admitiendo la utilización de la tortura como fuente para obtener información y la desaparición de los cadáveres de los prisioneros asesinados. Pero sorprende más la explicación que el haberlo admitido. Dice Díaz Bessone que si hubieran encarcelado legalmente o si los hubieran dejado salir del país, habrían sido posteriormente liberados por un gobierno constitucional o habrían reingresado al país y retomado las armas. No se podía fusilar abiertamente a miles de personas, a la vista de la comunidad internacional. Las críticas hubiesen sido devastadoras. Era más razonable desaparecerlos.

Esto nos lleva a que no debemos olvidar que para que los planes pudieran llevarse a cabo, las autoridades militares dispusieron el secreto de su accionar y otorgaron impunidad a sus agentes, para lo cual incluso dictaron normas jurídicas que garantizaran esa impunidad. Por eso es que se puede hablar de la convivencia en el Estado de dos ordenamientos institucionales, el público y el clandestino.

La eliminación del disenso social en forma masiva y clandestina fue la característica central de los sistemas basados en la Doctrina de la Guerra Contrarrevolucionaria y en la de la Seguridad Nacional. Es por eso que les cabe la conceptualización de Estados Terroristas. Estas doctrinas encontraron campo fértil en una torcida interpretación basada en la clásica concepción que las Fuerzas Armadas latinoamericanas tenían de sí mismas: creían ser la reserva moral de sus naciones.

La ideología y los métodos fueron comunes a estos Estados Terroristas. La identidad de intereses los llevó a coordinar sus acciones en la creación de una asociación criminal.

 

[1] Joseph Comblim, Doctrina de seguridad nacional, Vicaría de la solidaridad, Santiago de Chile, 1979.

[2] Osiris Villegas, Guerra revolucionaria en Argentina, Buenos Aires, Círculo Militar, 1962.

[3] Ramón Genaro Díaz Bessone, Guerra revolucionaria en Argentina, Buenos Aires, Círculo Militar, 1987.